martes, 30 de julio de 2013

                               
                                      DESECHABLES




Cuando encontré aquella máquina en el desván no me imaginé que yo iba a terminar así y en un lugar como este.
Era una Olivetti, un mamotreto cuyas teclas tan duras tentaban más a darle con un martillo que con los dedos.
Perteneció a mi hermano, que falleció muy joven, por ese motivo y porque yo la había utilizado cuando fui su secretaria, no podía tirarla. Era una máquina del tiempo y de los recuerdos y fue endureciéndose como el dolor en mi corazón; ella ya no escribía y yo con el paso de los años fui dejando en paz a mis muertos. Por eso entendí que había llegado la hora de desprenderme de ella y la puse en subasta por Internet.
No por el dinero sino porque no la podía tirar.
La vendí, por un simbólico peso, a un abuelo que la adquirió “para que sus nietos conocieran máquinas del pasado”.
Ahora me visitan muy de vez en cuando los míos y me miran con la misma extrañeza con que mirarían un vetusto aparato de aquellos años.

8 comentarios:

  1. Mariángeles Abelli Bonardi3 de agosto de 2013, 17:38

    Desde siempre me fascinaron las máquinas de escribir. Me recuerdo muy chica, jugando con las teclas de la Olivetti de mi tía que, aunque parezca increíble, todavía conserva y todavía usa para pasar en limpio sus cuentos cuando no hay una sobrina piola que se los imprima en la compu, jaja. Por fortuna, mi tía cuenta con sobrinos que siempre la sacan de apuro (una de ellas, quien ahora te escribe) porque nunca se ha terminado de llevar bien con la tecnología, pero así y todo, sus inquietudes artísticas siempre la han mantenido activa y moderna (creo que el gen de la escritura lo heredé de ella ;).
    Hace un ratito releí la primera versión de este mini que el año pasado nos compartiste; se nota el trabajo de reescritura y me gusta mucho cómo quedó. Me da pena la abuela de tu cuento, qué parientes tan desagradecidos y desaprensivos; no advierten que en el futuro los vetustos bien pueden ser ellos.
    Te mando un beso grande, cariños, M.

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    1. Gracias Mariángeles, efectivamente gracias al taller lo corregí y pienso que está mejor por eso me decidí a ponerlo aquí. Sos amable al dejarme tu comentario, es lindo saberse leído por aquí.

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  2. Edith, no es por nosotros que quedamos desactualizados, es el mundo que se empecina en ser tan dinámico, hundiendo en la obsolescencia todo lo que el tiempo deja atrás, aunque sea inmediato. La máquina sirve, nosotros también. Un beso.

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  3. Gracias Luis por visitarme y yo coincido: servimos y cuanto más vivimos más tenemos para ofrecer.

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  4. Edith, soy como el personaje del cuento, me desprendo de lo que va quedando obsoleto, o cuando considero que ya no sirve. Me quedan muy pocos recuerdos de familia. Cuando mis hijos piden algo de cuando era joven, o de los abuelos, ahí reacciono, aunque ya es tarde. Como la máquina de escribir, voy dejando liberados mis recuerdos y me dedico al presente. Muy lindo relato. Felicitaciones.

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  5. Recuerdo el texto cuando lo enviaste al taller. También a mí me gusta cómo quedó.
    Mis felicitaciones.

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  6. Tengo la mala costumbre de tirar lo que ya no me sirve, cuando después, por esas vueltas de nuestra vida, lo necesito, recuerdo que lo tiré. Creo que no quiero atarme al pasado ni a los recuerdos, voy adelante con lo que puedo, con lo que me queda.
    ¿Quién no ha usado una de esas máquinas? A mi me recuerda mi primer trabajo donde tenía que teclear todo el día, pero sin apuro porque por ahí las teclas se juntaban y enredaban. Entonces sí quería tirarla.
    Gracias Edith por los recuerdos, por un cuento lleno de ternura.

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