Noche
de paz, noche de amor
Desde
hace dos años mi vecino es mi amante. Casi no hablamos pero tenemos un acuerdo,
compartimos noches apasionadas los días en que no está estacionado el camión de
mi marido frente a mi casa y después de que su esposa sale hacia el hospital
para comenzar su turno.
En el
hotel ya nos conocen, nos reservan siempre la misma habitación, yo llego
primero para que en el barrio no nos vean salir juntos. Y él siempre viene
acompañado de alguna botellita que nos ayuda a crear un clima más agradable
aún.
Ese
hombre me vuelve loca, lo deseo día y noche, fantaseo con él cuando hago el
amor con mi marido a quien por otra parte sigo amando, pero ¿qué importa? no
amo a mi vecino solo ansío sentirlo cerca, casi ni lo conozco más que por el
contacto físico, no puedo estar cerca suyo sin intentar ese contacto y no me
interesa nada más que eso de él.
Este
año la familia de su esposa no ha podido venir para las fiestas, y tampoco mi
hijo que estudia en otra ciudad, por eso, como buenos vecinos habíamos decidido
pasar navidad en casa de ellos.
Todo
se desarrollaba con tranquilidad cuando yo, ya en un estado un tanto alterado
por toda la fantasía que bullía dentro de mí, me quité con el pie izquierdo el
zapato derecho y comencé a frotar su entrepierna, él salió airoso del pequeño sobresalto reacomodándose en la silla y nadie notó nada. Tuve que
contener la risa que me causó su sorpresa, en eso estaba muy entretenida cuando
observé que la maldita perra caniche de ellos se llevaba mi zapato a un rincón
y comenzaba a mordisquearlo. Asustada empecé a pensar en excusas, no podía
aducir dolor de pies pues eso jamás me sucede y mi marido lo sabe, mis pies son
mi orgullo, casi perfectos. Si tiraba debajo de la mesa un pedacito de queso
era posible que la cretina dejara el zapato y viniera, pero luego ¿cómo haría
yo para traerlo desde el rincón?
Con disimulo le hice gestos a él para que viera lo que estaba pasando; cuando su mujer estaba por traer la comida desde la cocina, él se levantó como para ir al baño con la idea de recuperar el calzado, pero cuando lo intentó la muy espabilada se puso a gruñir como si la fueran a carnear; mi marido se dio vuelta para ver qué estaba ocurriendo, la mujer volvió alarmada, vio al mismo tiempo mi zapato en la boca de su mascota y el pantalón de su marido manchado del maldito talco que tengo por costumbre ponerme en los pies e inmediatamente, inteligente como es la muy zorra, se hizo una buena composición de lugar. Supongo que porque ya vendría sospechando algo y terminó atando cabos con rapidez.
Con disimulo le hice gestos a él para que viera lo que estaba pasando; cuando su mujer estaba por traer la comida desde la cocina, él se levantó como para ir al baño con la idea de recuperar el calzado, pero cuando lo intentó la muy espabilada se puso a gruñir como si la fueran a carnear; mi marido se dio vuelta para ver qué estaba ocurriendo, la mujer volvió alarmada, vio al mismo tiempo mi zapato en la boca de su mascota y el pantalón de su marido manchado del maldito talco que tengo por costumbre ponerme en los pies e inmediatamente, inteligente como es la muy zorra, se hizo una buena composición de lugar. Supongo que porque ya vendría sospechando algo y terminó atando cabos con rapidez.
Así
comenzamos el 2019 sin brindis, sin cena y sin vecinos y ahora estoy viendo
cómo convenzo a mi marido de que la tarada está loca, que es una enferma de
celos, que odio a esa perra que vive ladrando a la hora de la siesta y que al
querer patearla debajo de la mesa se me salió el zapato y la muy puta se lo
llevó.
—¿Y lo
del talco en su pantalón cómo lo vas a explicar eh?
—Y yo
qué sé ¿o acaso ahora tengo que explicar las locuras del marido también? se
habrá puesto mucho talco en las bolas y se manchó el pantalón, cara de tonto
tiene, —respondí mientras pensaba para mis adentros: “Tonto y hermoso”.