Este es el libro que publicó Mis escritos con los ganadores del concurso de literatura infantil donde un cuento mío obtuvo Mención de Honor y abajo está el cuento.
REVOLUCIÓN EN LA COCINA
Esta es la historia de lo que sucedió una vez en la
casa de doña Estela.
Ella era muy buena cocinera y sus platos, ollas,
sartenes y cubiertos habían sido muy felices hasta el día en el que
dejó de usarlos y comenzó a comprar comida hecha. Al principio los
utensilios pensaron que eso no duraría mucho tiempo, pero pasaron
los meses y todo seguía igual.
Una noche, las ollas, que son las que más se enojan,
empezaron a golpear sus tapas para llamar a todos y ver de encontrar
la forma de terminar con esa situación. Los platos que son muy
gritones hablaban todos juntos
–Esto no puede ser –decían los de sopa– ya nadie
nos utiliza, en la rotisería no venden sopa y extrañamos los ricos
caldos de doña Estela.
–Peor estamos nosotros –decían los platos playos–
que nos ponen encima esas horribles croquetas y las milanesas
quemadas y finitas.
Un tenedor de postre estaba por hablar pero el sartén
lo interrumpió con su vozarrón gritando “a mi ya nadie me usa, me
estoy oxidando en un rincón”.
La olla más gorda quería calmarlos pero estaban todos
tan nerviosos que no la escuchaban, los cuchillos, amenazantes,
hablaban todos juntos, las cucharitas por miedo a interrumpir a los
mayores estaban calladitas, los tenedores trataban de imponer respeto
pinchando a todos para que hicieran silencio, pero como no lo
lograban fueron a buscar al palo de amasar, cuando éste apareció
todos enmudecieron porque él era muy sabio.
–No es cuestión de gritar –dijo– hay que pensar
un plan para que doña Estela vuelva a cocinar, se me ocurre que
podríamos cambiarnos de lugar en los armarios, así cuando nos
busque no nos va a encontrar. Creo, por los años que hace que la
conozco, que si, por ejemplo, busca un plato y encuentra el sartén y
ve que él se está oxidando le va a dar pena o cuando necesite un
tenedor y aparezca en su lugar la espumadera, recordará las ricas
papas fritas que hacía.
–Si –dijo el cucharón– y cuando me vea a mí
¡querrá comer puchero!
Y así, todos de acuerdo, cambiaron sus lugares y más
tranquilos, se fueron a descansar.
Al día siguiente, cuando la señora quiso servirse la
ensalada de porotos
que había comprado, fue a buscar un plato y encontró al colador,
buscó más a la derecha y su mano tropezó con el mango del sartén
oxidado, lo miró y pensando en el tiempo que hacía que no lo usaba,
lo sacó del armario para lavarlo, al hacerlo vio que detrás estaba
la olla en la que preparaba los guisos y recordando lo ricos que le
salían y qué hermosos momentos habían compartido en familia, la
sacó también, así, un poco triste fue vaciando todos los armarios.
Y mientras limpiaba todo y lo volvía a acomodar, pensó en llamar a
parientes, amigos y vecinos para invitarlos a comer un guiso enorme
que luego fue famoso en todo el barrio.
Desde ese día, ella no compró nada más hecho y las
puertas de su casa siempre están abiertas para que cualquiera que
guste de la comida casera entre a comer algo delicioso y hecho con
amor.
Cuando pases por la casa de doña Estela, tocale el
timbre, seguro tiene algo rico para convidarte.